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jueves, 7 de junio de 2012




La Feria del libro de Madrid

Llevo en Madrid desde finales del año 1988, llegue a la capital para estudiar una carrera universitaria sabiendo, como así ha sido, que me quedaría aquí para siempre. En Madrid encontré todo lo que me interesaba, los estudios, los amigos, una actividad cultural muy abundante, la pareja.

Hay cinco cosas que repito todos los años desde que llegue a Madrid, y lo hago porque para mí es esencial poder disfrutar de esos momentos de reposo y tranquilidad en medio de la vorágine que esta ciudad te imprime. Entre las actividades que nunca me he perdido desde que llevo aquí se encuentran las dos ferias del libro antiguo y de ocasión (Primavera y Otoño), la Feria del Libro, las visitas a las casetas de la cuesta de Moyano y las visitas al museo del Prado.
En las tres primeras busco siempre ese libro que conozco y no tengo (que son un montón, y sigue creciendo) o que no conozco pero parecen interesantes (cuyo número no para de crecer). El caso es que entre unos y otros, durante los días que duran estas fiestas del libro y tocando y hojeando los volúmenes, muchas veces consigo olvidar el ajetreo de la vida diaria.

Cuando voy a la cuesta de Moyano o a las ferias del libro de ocasión, ahora menos que antes, me gusta sobretodo escudriñar la historia que esos libros viejos y olvidados nos cuentan, a veces, y si les sabemos preguntar. Hojeando algunos, observando sus cubiertas ajadas y rotas encontramos casualmente una postal olvidada, donde el remitente cuenta como le han ido las vacaciones al propietario del libro. Otras veces en las primeras hojas se pueden leer, todavía a pesar del tiempo transcurrido, dedicatorias escritas con una preciosa letra, donde se muestra el cariño con el que ese libro es regalado. Menos son las veces en que el libro te muestra, con subrayados o notas al margen escritas, como ha sido leído con atención, casi con cariño. Y son esas oportunidades cuando parándome un momento sobre el libro puedo llegar a escuchar su lamento, su queja y extrañeza ante el abandono por parte de su propietario antes tan solícito con él. En esos casos y aunque el  contenido no me interese suelo comprarlo, porque así mi conciencia se queda más tranquila al reparar, en parte, el daño por el libro sufrido.

Así en mis sucesivas casas se han ido acumulando tomos y tomos que, seguramente, nunca serán leídos, pero que al menos tendrán un rincón en un estante, o una caja, donde reposar para siempre su desventurada historia.

Se me ha pasado el tiempo y no he hablado de la feria del libro ni de mis visitas al Prado, lo dejo para otro día.

Solo recordaros que la Feria del libro termina el  domingo 10 de Junio, si estáis cerca de Madrid pasaros a visitarla, si puede ser con los niños, merece la pena.

Un saludo y nos leemos

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